viernes, 10 de agosto de 2012


2º Crónica Instantánea en Bruselas 
"De la tímida japonesita que me seguía por la Grand Place"

La Grand Place es considerada la plaza central más bella de Europa. Su calle empedrada está enmarcada por edificios creativamente diferentes en sus accesorios pero igualados en un estilo. De hecho todos los edificios que rodean la Gran Place están visualmente unidos por una especie de cinturón dorado. Un lazo de oro que los hermana en esa comunidad de ser construcciones respetando su singularidad como edificios. 

Así encontramos la asimetría, no deseada y fatalmente real para su arquitecto, del Hotel de Ville, enfrentado al edificio recargado de ornamentos papales. Más allá, una construcción con un ganso blanco, majestuoso sobre el dintel de la puerta y un cartel que lo distingue como uno de los hogares de Karl Marx. 
De más está decir que mi edificio preferido es el de la gran rosa dorada que sintoniza muy bien con su vecino, de imponente presencia en oros, que me transportó inmediatamente a Versailles.


Todos juntos, iguales y singulares a la vez, co habitando el mismo espacio común. Cualquier asociación que los lleve a reflexionar sobre nosotros humanos y nuestras relaciones, es muy bienvenida.

Bueno, volviendo a mi recorrida de ayer, ahí estaba yo fascinada, rodeada de tanta belleza, girando sobre mi eje una y otra vez, descubriendo detalles en los edificios, buscando similitudes, yendo y viniendo de una punta a la otra de la Grand Place.
Toda esta admiración se traduce en la práctica en movimientos muy poco .... prácticos con bajas temperaturas !
A ver si logro explicarme.  Intentar absorber y retener como tesoro eterno eso que estaba viendo, implicó una serie de pasos a saber:

1. abrir la cartera para buscar la máquina de fotos y/o el iPod.
2. comprobar por milésima vez que es imposible manejar estos aparatitos con los guantes puestos.
3. devolver el armamento electrónico a la cartera, por temor a los robos.
4. proceder al " desguantado".
5. levantar del piso los anteojos negros que indefectiblemente se caen
6. comprobar con alivio que estos anteojos tienen más vidas que cien gatos juntos.
7. recuperar la electrónica ya con manos libres para fotografiar y/o escribir notas.
8. revisar las fotos tomadas y releer las notas (repetir paso 7 en caso de disconformidad respecto al paso 8).
9. continuar el recorrido turístico con un tesoro cognitivo y emocional adicional en mi vida ....
.... y un guante menos en mi placard !

Este es el preciso momento en que entró la japonesita, acompañada por su bicicleta.
Es que como resultado de mis movimientos ampulosos para incrementar mi haber cultural, uno de mis guantes terminó silenciosamente en el empedrado. Por supuesto que no noté su ausencia (cansada de tanto movimiento, preferí las manos frías por un rato) pero si noté la presencia silenciosa de esa japonesita que me seguía. 

Caminé una cuadra, y la japonesa pedaleando dos paso atrás, me observaba de pies a manos.
Llegando a la siguiente esquina, me volví hacia ella un tanto impaciente. La japonesita descendió de su bici, se mantuvo a una distancia prudencial, y siguió observándome en sus tiempos orientales.
Siendo mi timing personal occidental, digo más, porteño, le arrojé la típica levantadita cejas y un pequeño cabeceo mientras le preguntaba: "So?"

La incomodé, sí, la japonesa se puso nerviosa. Lo noté por ese  movimiento escurridizo que la sacudió un poco antes de balbucear palabras en un idioma que no reconocí. No era inglés, ni francés, ni alemán... o tal vez era el tímido decir de alguno de ellos.
Lo cierto es que no volvió a hablar y de allí en adelante todo transcurrió en un gran "dígalo con mímica".
Me señaló mi mano libre, chequeó mi mano cubierta, negó con su cabeza, señaló la otra punta de la Grand Place y me hizo señas para seguirla.

Llegando a la esquina, me indicó el piso y luego unas escalinatas donde ella había depositado mi guante.

- You are an angel !, le agradecí exageradamente un poco para compensar mi impaciencia.

La japonesa me miró a los ojos, me ofreció una pequeña reverencia y se fue pedaleando para el lado contrario. Ví como se alejaba entre los edificios diferentes pero iguales y me visualicé allí parada, bien diferente y a la vez tan igual.

Y colorín colorado (¿o amarillo?) esta historia de como crucé la plaza europea más bella, tras una tímida y paciente ciclista asiática en pos de recuperar el calor en mis manos, ha terminado.

À bien tôt!

Carolina Tocalli
Martes 17 de enero de 2012

Crónica escrita en el subte entre Beaulieu y Gare Central de Bruselas y concluida en el tren de Bruselas a Antwerpen 

2 comentarios:

  1. lindooo!!!!! besos, jose.

    ResponderEliminar
  2. Absolutamente en asombro y admiracion... q capitulo nos hemos perdido en bs as....... y cual habremos ganado?
    Decididamente esos hechos no se viviran en bs as ...nos podremos cruzar con alguna japonesa pero lo del bus..... what?????
    Me voy a meter en google earth para ver la plaza.
    Luisa

    ResponderEliminar