domingo, 25 de diciembre de 2011

Escribir más. Hablar mejor.


Cada 31 de diciembre me propongo íntimamente, metas a alcanzar durante el año que está por comenzar. Pasé por propuestas irrisorias e inalcanzables - no criticar nunca más -  en cuyo caso particular fui devuelta a la realidad por las sabias y escuetas palabras de una amiga - te vas a quedar sola.

Sin embargo este ejercicio de auto propuestas edificantes me ha ido llevando a afinar la puntería moldeando año a año metas más terrenales, concretas y mensurables. Simplemente alcanzables.
Botones como muestras: hace unos años mi objetivo fue pasarme a la Coca Light. Sí, tan sencillo como lo leen. Dejar de tomar Coca Cola común y comenzar a beber la coca cola de la modernidad, esa que no engorda y no daña los dientes.  Si están pensando que mejor hubiera sido proponerme tomar agua sana, están equivocados porque estaríamos frente a lo imposible,  un norte inalcanzable. La Coca Cola es mi único vicio y sigo apostando porque así sea el resto de mis días.
Volviendo esa determinación de cambio de la normal a la light, también fue una amiga pieza clave de mi decisión una vez que, al pasar, sentenció que  tomar coca común era como consumir celulitis líquida.  Y no hubo lugar a dudas, mi decisión fue acción inmediata. ¡A la Light ya!

Otro 31 de diciembre me propuse un camino con obstáculos y  final abierto: operarme de la miopía o animarme a usar lentes de contacto. Elegí la segunda opción y durante un año y medio las usé. El tiempo, los ojos irritados y la poca destreza a la hora de colocarme las lentes hicieron que en este momento esté escribiendo con mis anteojos destartalados y rojos.

Con el brindis del 2009 al 2010 me invité en secreto a encarar un año con mayor actividad física.  Hoy, con modesta sinceridad puedo decir ¡misión cumplida! Durante el año mantuve mis clases de gimnasia, patiné los fines de semana y hasta meché algunas idas a nadar a la pileta climatizada que inauguró el club. ¿Dije con modesta sinceridad? Estoy faltando a la verdad, debo decir con mucho orgullo, porque en septiembre redoblé mi apuesta  y me animé  a la equilibrada disciplina del taekwondo.  Pasos tímidos los primeros meses que crecieron con un cierre a pura garra: una clase abierta con 60 taekwondistas de todas las edades y cintas. Entre ellos Felipe, mi hijo de 6 años y yo, enfundada en mi inmaculado “dobok”  honrando mi categoría de novel y eterna cinta blanca.

Anoche, en el auto y en ruta – siempre increíble y rico momento  para hablar en familia – charlamos los cinco sobre las tres cosas que más nos habían gustado del 2010 y las tres cosas que nos proponíamos para el 2011.
¡A mi juego me llamaron! Puede compartir con mis amores más amores, esos mojones secretos que año a año, durante el bullicio del brindis me proponía alcanzar.
Les pude contar que durante próximos 365 días mi propuesta personal era hablar mejor y escribir más. El silencio que se instaló en el auto fue tan denso como la noche que atravesábamos. Intenté entonces explicarme un poco más.

Quiero hablar mejor. Siento que debo hablar mejor, porque las palabras que salen de mí, abrevan de lo que yo tengo dentro, llegan a los demás y deberían volver a mí en una suerte de renutrición. Es una verdadera pena, casi un crimen diría, auto ensuciar mis pensamientos y mis expresiones con palabras inadecuadas  e impropias.
Y cuando digo hablar mejor, estoy pensando en el bien hablar, en primer lugar. En ahorrarle a mi lenguaje malas palabras y despojarlo, en medida de lo posible, de insultos.
Y en segunda instancia pienso en el bien decir, en poder expresar mis pensamientos en forma constructiva, enriquecedora y útil. Evitar las palabras vacías, las que no conducen a nada, las que dañan, las que infligen sospechas sobre los demás.

En un paréntesis mental mientras compartía con las mejores palabras mi propuesta 2011, noté que estaba volviendo a aquella supuesta utopía del no criticar que años tras había quedado ridiculizada. Por algo estaré nuevamente dando vueltas al tema ...  aunque creo que esta vez estoy yendo por otro camino: la acción más palpable de hablar bien. Concreta y cotidiana. 
Sí, coincido con ustedes, sigue siendo una meta alta, pero confío en el camino elegido del bien decir y el bien hablar para lograrlo. Seguramente con pasos invisibles en un principio, pero con la promesa de un producto final muy atractivo: ser mejor persona. Amén. Aleluya.


- ¿Y la segunda cuál era? interrumpió uno de los chicos aburridos con mi perorata del bien hablar personal y social.

Escribir más, esa es mi segunda propuesta para este año (meta que entusiasmó mucho más a los Tripulantes del 2011)  Escuché con gratitud los sincerísimos que bueno, que copado, de mi familia que siempre me alienta en esta mi pasión serena y enraizada.

Y allí quedamos, no necesitamos más explicaciones, ni ellos ni yo.
Sabemos que escribir me hace bien, que me convierto en una mejor mamá, en una mejor esposa, sobretodo en una mejor mujer. No hacen falta los porqués, todos hemos comprobado que es así, que para mí, escribir es uno de los caminos más directos hacia la felicidad.

En el auto se hizo un silencio. La ruta serena, el cielo explotaba de estrellas. Con mi cabeza recostada en la ventanilla las miraba. Una, dos, tantas. Una, dos, tantas las razones que me llevan a escribir. No necesité enunciarlas en voz alta, porque dentro mío no cesaban de centellar, espejo del cielo infinito que entraba por mis ojos.

Escribir. Escribir me enfoca. Me fortalece. Me dimensiona. Me reposiciona. Me  energiza. Me humaniza. Me empequeñece y también me engrandece. Me airea. Me suelta y me sujeta. Me calma.  Me serena tanto como me agita. Me agiganta y me ubica. Me conmueve. Escribir me moldea, me perfecciona, me pule y me permite brillar. Un brillo que dura, un brillo interno que a veces se comparte y destella con otros. Escribir hace perdurar mi ahora para recogerlo en otros momentos. Escribir me permite lamerme heridas reconocidas y desconocidas. Escribir me sana. Escribir. Escribirme.

Hablar mejor, escribir más. Desde chica me apasiona la palabra, no es casual que este fin de año me haya propuesto la palabra hablada y escrita como mojones a vivir y pulir durante los próximos doce meses, y más. Explorándolas, desempolvándolas. Saboreándolas con mi boca y con mis manos. Compartiéndolas con todos, con muchos o simplemente conmigo, mi tesoro, mi intimidad.

“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto existe.”
Con estas frases comienza el Evangelio de San Juan, el más puro y radical de los evangelios. Dicen que proclama la fe en Jesús para provocar la fe del oyente. Movilizante desde la Palabra, simple, una y creadora. Poderosa.

Mis palabras provocan fe en mí misma. Me provocan, me increpan, me piden más. Me comprometen.

Palabra, poder, creación, brillo, común, compartido, propio, de todos, para todos.
Fuerza, nobleza, verdad, manantial, vida…. palabras que describen la palabra se acomodaban en mi mente, apretujándose.
Bienvenidas, por siempre sean bienvenidas palabras para ser habladas y escritas.
Palabras =  ojos que me permiten ver diferente.


-  ¿Cómo dicen chicos? ¿La tercera propuesta para este año que comienza? A sí claro, dijimos que serían tres las propuestas a compartir…

 - Mmm a ver si, la primera es hablar mejor, la segunda es escribir más. Y la tercera… sinceramente no la pensé, creo que me quedé sin palabras, a veces me pasa…. ¿Me puedo quedar con estas dos propuestas nomás?  

Nomás … mucho más… todo más. Vamos por más. Un año más. Escribir más para hablar mejor y hablar mejor para escribir más. Decir mejor para ser mejor. Ser mejor para compartirme más.

Más y mejor. Mi camino de felicidad. Un posible camino a la perfección. Como esa ruta oscura y tranquila, en ese auto con mis amores más profundos.

Más y mejor. Todo y todos. Agradecida de ser yo.

Carolina Tocalli
30 de diciembre 2010