jueves, 11 de agosto de 2011

¿Por qué Amarillo y después?


Amarillo alerta, una señal y … ¿después?
Después fue la luz verde, lanzarse, animarse, echar a rodar.

Desde que recuerdo tengo pasión por la palabra escrita, y un silencioso compromiso por enaltecerla y valorizarla.

Verónica fue el primer cuento que escribí, tenía 9 años. Paralelamente había montado un emprendimiento literario: alquilaba a mis compañeras de clase mis cuentos en formato de mini libros que diseñaba en hojas de carpeta. Escritora con editorial propia, el sueño de todo autor. 

Mi adolescencia y sus sombras me sumergieron  en la lectura y escribir quedó en un cajón.  Pero como  las pasiones son sabias y rebeldes, mis dedos en su adolecer hicieron su trabajo construyendo  diarios secretos, poesías y cuadernos, de los que hoy  quedan pocos testimonios y me hacen llorar cada vez que nos encontramos.

Pasaron los años y, un poco de repente y mucho esperado, llegó Amarillo y después, ese primer gran cuento compartido y premiado.   Como un estallido de  vida y de final abierto decidí jugarme en ese después

Así , compartiendo mi pasión por escribir, comencé a explorar una nueva manera de relacionarme..

Amarillo y después fue el punto de inflexión que me motivó a dar el volantazo y a acelerar confiada.   No hay mejor nombre para  bautizar  este blog, que busca ser  voz en mi compromiso por enaltecer la palabra escrita.

Darme a conocer y también conocer a otros.  Construir  puentes desde la palabra y transitarlos con otros.

Que ese otro seas vos, es para mí una bendición.

¿Mi propuesta? Que este espacio sea un verdadero camino de ida y vuelta, porque las letras compartidas viven y tus aportes las fortalecen.

Te invito a convertirte en las voces y los ecos de lo que aquí leas. ¡ Sos muy bienvenido a Amarillo y después !

Con  el abrazo que saben dar las palabras,

Carolina Tocalli
agosto 2011

viernes, 5 de agosto de 2011

Amarillo y Después


Todo está como siempre, amplio y tranquilo. Olor a pasto recién cortado, la brisa plateada de los  árboles.
Un relinchar potente y lejano. Ambiente de campo familiarmente embriagador.

Algo cambió. Ese cubo no estaba allí. Me acerco, es más alto que yo. Amarillo y hueco ¿qué habrá adentro?
Lo rodeo curioso y una escalera me invita, me obliga a  conocerlo. Subo, subo, subo.....
El cubo se agranda. No puedo llegar arriba. Toco el borde superior,  ya casi llego.

La brisa de campo se vuelve tormentosa. Gotas gruesas y violentas hacen barro del suelo y los árboles gritan desgarrados. Mis manos intentan aferrarse al cubo. La escalera me abandona para correr con el viento.
Y entonces golpeo, una y otra vez,  sin piedad ni descanso, contra el cubo. La lluvia nos cubre.  Al cubo y a mí. Todo se tiñe de amarillo. Soy parte del cubo.

-          Los sueños muchas veces nos dan indicios de la realidad. Vamos a dejar por hoy.

Roberto se incorporó de golpe y miró de frente a su psicólogo por primera vez en la sesión. “Vamos a dejar por hoy. Siempre tan oportuno” pensó sin animarse a solicitar la posibilidad de avanzar unos minutos más en los aparentes indicios de esa pesadilla recurrente.

-          Hasta el jueves que viene, Roberto.

Todo estaba como siempre. El portero lo saludó con un sutil movimiento de cabeza mientras sacaba la basura. Bocinas ahogadas reflejaban el cansancio de los conductores, peregrinos de los  últimos minutos que los separaban de sus hogares.

La ciudad, que oscurecía amplia y relajada, invitó a Roberto a caminar. Por milésima vez se cuestionó el hermetismo de su psicólogo.  Esa distancia implícita entre paciente y terapeuta que, a la larga, acerca.  En algunas oportunidades Roberto había experimentado que el aparente “no me involucro” del psicólogo le marcaba su propio camino, interno y personal.  Metió sus manos en los bolsillos y confió que esta vez no sería distinta a las demás.

El aire frío de la noche se agitó y las primeras gotas de la tormenta lo apuraron.  Abrió la  puerta de calle y comprobó que la noche se había colado en el edificio.
-          ¡No lo puedo creer, otra vez se cortó la luz! A escalar ocho pisos…-  resopló

Confiando en su memoria,  palpó las paredes del hall de entrada  hasta encontrar las escaleras y  encendedor en mano -  “para algo sirve fumar” -   empezó a subir, a subir, a subir......

La respiración de viejo fumador le forzó un descanso. Se apoyó en la puerta de los del tercero y sintió sus hombros húmedos.

-          ¡A quién carajo se le ocurre pintar de amarillo!

Malhumorado intentó quitarse la pintura de los hombros con palmadas enérgicas  sin logro alguno, contagiando una y otra vez sus manos de un vibrante color amarillo.  

“Cuánto faltará, Dios bendito…” se impacientó Roberto a tiempo que reanudaba la escalada. Intentó despejar su frente del  mechón de pelo molesto sin reparar en los rayones amarillos que iba logrando con cada movimiento de sus dedos.

“Lo único que falta es que no haya agua, y quedo pintado de pato hasta mañana”

La sombra titilante del ocho  metálico lo recibió con hospitalidad dudosa. Agradecido hasta la hipnosis por las curvas del número sobre la pared, Roberto tropezó con un bulto. Una caja cuadrada, chiquita, amarilla.  La tomó con una mano y la balanceó sobre su antebrazo pintado, mientras intentaba con variadas acrobacias abrir la puerta a la vez que sostenía el encendedor con la boca.

Algo cambió. Ese cubo no estaba allí.
Palabras conocidas retumbaron en Roberto y lo transportaron a la dimensión cálida y amenazante de ya vivido. 
Un sopor,  mezcla de ansiedad  y desconcierto, comenzó a hechizarlo.  Tenía la sensación de caminar la sutil cornisa que divide el pasado del presente y también del futuro.
La dimensión del más allá estaba al alcance de su mano.

Embriagado de omnipotencia, Roberto tomó conciencia de que abrir la caja podría ser la llave -  desenlace de sus sueños.

Colocó la cajita sobre la mesa del comedor, encendió una vela y se sentó encorvado, su nariz a centímetros del misterio amarillo.
Por unos minutos estudió la caja insignificante y poderosa a la vez. Tan fijamente la miró que hasta creyó que un halo dorado se formaba a su alrededor y unos destellos alargados cosquilleaban sus dedos suplicando que la abriera.

Roberto se refregó los ojos resecos buscando un alivio que llegó en forma de  humedad amarillentamente viscosa.
No reparó ni en la pintura que avanzaba sobre su cara ni en el retorno de la electricidad que había encendido de golpe todas las luces .

Abducido por la magia que exhalaba el  pequeño cubo, Roberto respiró hondo, quitó la tapa con su boca entreabierta y lista para absorber el  potencial encanto a liberar.

Una brisa inexplicable descorrió el pelo rebelde de su frente y le permitió encontrarse con el único inquilino de la inmensidad de la cajita:  un papel prolijamente doblado.  Con la timidez que infunde el temor, los dedos amarillos de Roberto lo desenvolvieron con pausadamente,  mientras sus ojos descreían una y otra vez  las palabras que leían:  Vamos a dejar por hoy.

Carolina Tocalli

18 de febrero de 1999
Editado agosto de 2011