domingo, 25 de diciembre de 2011

Escribir más. Hablar mejor.


Cada 31 de diciembre me propongo íntimamente, metas a alcanzar durante el año que está por comenzar. Pasé por propuestas irrisorias e inalcanzables - no criticar nunca más -  en cuyo caso particular fui devuelta a la realidad por las sabias y escuetas palabras de una amiga - te vas a quedar sola.

Sin embargo este ejercicio de auto propuestas edificantes me ha ido llevando a afinar la puntería moldeando año a año metas más terrenales, concretas y mensurables. Simplemente alcanzables.
Botones como muestras: hace unos años mi objetivo fue pasarme a la Coca Light. Sí, tan sencillo como lo leen. Dejar de tomar Coca Cola común y comenzar a beber la coca cola de la modernidad, esa que no engorda y no daña los dientes.  Si están pensando que mejor hubiera sido proponerme tomar agua sana, están equivocados porque estaríamos frente a lo imposible,  un norte inalcanzable. La Coca Cola es mi único vicio y sigo apostando porque así sea el resto de mis días.
Volviendo esa determinación de cambio de la normal a la light, también fue una amiga pieza clave de mi decisión una vez que, al pasar, sentenció que  tomar coca común era como consumir celulitis líquida.  Y no hubo lugar a dudas, mi decisión fue acción inmediata. ¡A la Light ya!

Otro 31 de diciembre me propuse un camino con obstáculos y  final abierto: operarme de la miopía o animarme a usar lentes de contacto. Elegí la segunda opción y durante un año y medio las usé. El tiempo, los ojos irritados y la poca destreza a la hora de colocarme las lentes hicieron que en este momento esté escribiendo con mis anteojos destartalados y rojos.

Con el brindis del 2009 al 2010 me invité en secreto a encarar un año con mayor actividad física.  Hoy, con modesta sinceridad puedo decir ¡misión cumplida! Durante el año mantuve mis clases de gimnasia, patiné los fines de semana y hasta meché algunas idas a nadar a la pileta climatizada que inauguró el club. ¿Dije con modesta sinceridad? Estoy faltando a la verdad, debo decir con mucho orgullo, porque en septiembre redoblé mi apuesta  y me animé  a la equilibrada disciplina del taekwondo.  Pasos tímidos los primeros meses que crecieron con un cierre a pura garra: una clase abierta con 60 taekwondistas de todas las edades y cintas. Entre ellos Felipe, mi hijo de 6 años y yo, enfundada en mi inmaculado “dobok”  honrando mi categoría de novel y eterna cinta blanca.

Anoche, en el auto y en ruta – siempre increíble y rico momento  para hablar en familia – charlamos los cinco sobre las tres cosas que más nos habían gustado del 2010 y las tres cosas que nos proponíamos para el 2011.
¡A mi juego me llamaron! Puede compartir con mis amores más amores, esos mojones secretos que año a año, durante el bullicio del brindis me proponía alcanzar.
Les pude contar que durante próximos 365 días mi propuesta personal era hablar mejor y escribir más. El silencio que se instaló en el auto fue tan denso como la noche que atravesábamos. Intenté entonces explicarme un poco más.

Quiero hablar mejor. Siento que debo hablar mejor, porque las palabras que salen de mí, abrevan de lo que yo tengo dentro, llegan a los demás y deberían volver a mí en una suerte de renutrición. Es una verdadera pena, casi un crimen diría, auto ensuciar mis pensamientos y mis expresiones con palabras inadecuadas  e impropias.
Y cuando digo hablar mejor, estoy pensando en el bien hablar, en primer lugar. En ahorrarle a mi lenguaje malas palabras y despojarlo, en medida de lo posible, de insultos.
Y en segunda instancia pienso en el bien decir, en poder expresar mis pensamientos en forma constructiva, enriquecedora y útil. Evitar las palabras vacías, las que no conducen a nada, las que dañan, las que infligen sospechas sobre los demás.

En un paréntesis mental mientras compartía con las mejores palabras mi propuesta 2011, noté que estaba volviendo a aquella supuesta utopía del no criticar que años tras había quedado ridiculizada. Por algo estaré nuevamente dando vueltas al tema ...  aunque creo que esta vez estoy yendo por otro camino: la acción más palpable de hablar bien. Concreta y cotidiana. 
Sí, coincido con ustedes, sigue siendo una meta alta, pero confío en el camino elegido del bien decir y el bien hablar para lograrlo. Seguramente con pasos invisibles en un principio, pero con la promesa de un producto final muy atractivo: ser mejor persona. Amén. Aleluya.


- ¿Y la segunda cuál era? interrumpió uno de los chicos aburridos con mi perorata del bien hablar personal y social.

Escribir más, esa es mi segunda propuesta para este año (meta que entusiasmó mucho más a los Tripulantes del 2011)  Escuché con gratitud los sincerísimos que bueno, que copado, de mi familia que siempre me alienta en esta mi pasión serena y enraizada.

Y allí quedamos, no necesitamos más explicaciones, ni ellos ni yo.
Sabemos que escribir me hace bien, que me convierto en una mejor mamá, en una mejor esposa, sobretodo en una mejor mujer. No hacen falta los porqués, todos hemos comprobado que es así, que para mí, escribir es uno de los caminos más directos hacia la felicidad.

En el auto se hizo un silencio. La ruta serena, el cielo explotaba de estrellas. Con mi cabeza recostada en la ventanilla las miraba. Una, dos, tantas. Una, dos, tantas las razones que me llevan a escribir. No necesité enunciarlas en voz alta, porque dentro mío no cesaban de centellar, espejo del cielo infinito que entraba por mis ojos.

Escribir. Escribir me enfoca. Me fortalece. Me dimensiona. Me reposiciona. Me  energiza. Me humaniza. Me empequeñece y también me engrandece. Me airea. Me suelta y me sujeta. Me calma.  Me serena tanto como me agita. Me agiganta y me ubica. Me conmueve. Escribir me moldea, me perfecciona, me pule y me permite brillar. Un brillo que dura, un brillo interno que a veces se comparte y destella con otros. Escribir hace perdurar mi ahora para recogerlo en otros momentos. Escribir me permite lamerme heridas reconocidas y desconocidas. Escribir me sana. Escribir. Escribirme.

Hablar mejor, escribir más. Desde chica me apasiona la palabra, no es casual que este fin de año me haya propuesto la palabra hablada y escrita como mojones a vivir y pulir durante los próximos doce meses, y más. Explorándolas, desempolvándolas. Saboreándolas con mi boca y con mis manos. Compartiéndolas con todos, con muchos o simplemente conmigo, mi tesoro, mi intimidad.

“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto existe.”
Con estas frases comienza el Evangelio de San Juan, el más puro y radical de los evangelios. Dicen que proclama la fe en Jesús para provocar la fe del oyente. Movilizante desde la Palabra, simple, una y creadora. Poderosa.

Mis palabras provocan fe en mí misma. Me provocan, me increpan, me piden más. Me comprometen.

Palabra, poder, creación, brillo, común, compartido, propio, de todos, para todos.
Fuerza, nobleza, verdad, manantial, vida…. palabras que describen la palabra se acomodaban en mi mente, apretujándose.
Bienvenidas, por siempre sean bienvenidas palabras para ser habladas y escritas.
Palabras =  ojos que me permiten ver diferente.


-  ¿Cómo dicen chicos? ¿La tercera propuesta para este año que comienza? A sí claro, dijimos que serían tres las propuestas a compartir…

 - Mmm a ver si, la primera es hablar mejor, la segunda es escribir más. Y la tercera… sinceramente no la pensé, creo que me quedé sin palabras, a veces me pasa…. ¿Me puedo quedar con estas dos propuestas nomás?  

Nomás … mucho más… todo más. Vamos por más. Un año más. Escribir más para hablar mejor y hablar mejor para escribir más. Decir mejor para ser mejor. Ser mejor para compartirme más.

Más y mejor. Mi camino de felicidad. Un posible camino a la perfección. Como esa ruta oscura y tranquila, en ese auto con mis amores más profundos.

Más y mejor. Todo y todos. Agradecida de ser yo.

Carolina Tocalli
30 de diciembre 2010

lunes, 31 de octubre de 2011

Basta

Trago un desasosiego
que ya viví
Se cierra mi garganta  
como tantas veces
Circuito conocido del que salgo
pero vuelo a entrar
Mi ………. que daña al otro
y me envenena a mí.
Basta, basta, basta


Carolina Tocalli

10 de abril de 2010
Editada 31 de octubre de 2011

Todos tenemos algún comportamiento, alguna actitud que daña y nos daña. Deseo que esta poesía te ayude a poner en palabras (.........) , a visualizar, lo que te molesta y te aleja de otros. Carolina Tocalli

domingo, 18 de septiembre de 2011

Lee y yo



Devorando la vidriera de Isabel la Católica, esa casa de ropa para chicas de 15 años a ….. bueno, a alguna edad de la mujer, suspiré una extraña alquimia de honestidad brutal y piedad sanadora:

Pero si tenés medianamente poca panza, la cola está en su lugar y usás corpiño con relleno ¡Compráte tranquila ese enterito / overall de jean Lee! . Es ahora o nunca – autosentencié – tenés un hijo adolescente y el menor mañana cumple 6 años. You go girl !

Desde que recuerdo me gusta la moda y todo lo relacionado a su mundo mágico.

Viernes de cumpleaños en la primaria. ¡Qué dulzura ponerme el vestido de punto smock, las medias tres cuartos españolas y el saquito inglés de turno que traía mi abuela de sus viajes!
Coronaba esa ceremonia la elección del moño para el pelo. ¡Cómo si lo estuviera viviendo en este momento! Siento el hombro a hombro con mi hermana, mientras mamá con parsimonia protocolar, retiraba de su cómoda la “Caja de los Moños”; para mí la puerta al paraíso de la moda infantil: decenas de cintas de todo género, diseño y color en su orden divino rogándome que las eligiera para coronar mi peinado cumpleañero.

De adolescentes los viernes se convirtieron en conversadísimos viajes en colectivo con mis amigas. Eternos peregrinajes por el Once y la Avenida Santa Fe en busca de ese jean ajustado, de corbatas varoniles, de aros y de vinchas desproporcionadamente fluorescentes, y de infaltables anteojos negros bolicheros ¿para la noche? sí para la noche. Sigue siendo un misterio indescifrable: como vistiendo tan mamarchas los chicos nos sacaban a bailar.

Ya universitaria, recuerdo las tardes de sábados, echada frente al hogar de la casa de mi tía Clara, hojeando durante horas las revistas Vogue y Elle, infalibles biblias de la moda mundial. Las leía en español, en inglés o en francés; descubriendo que la moda no tiene idioma porque es un idioma en sí misma.

Mi militancia por la cultura fashion llegó a su máxima expresión con la elección de mi vestido de novia. Convencida de  que todos los diseñadores del país tenían derecho a opinar, pasé meses visitando a los más conocidos y absorbiendo con avidez sus comentarios estilistas. Fiel a mi estilo, me propuse disfrutar del proceso de elección del vestido de bodas y no existió publicación  nacional e internacional que se resistiera a mis ojos afilados.
Y fue así, como una tarde, el vestido de mis sueños brotó en una única y certera pincelada. Diseño simple y de vigencia eterna.

Hasta hace poco, esta pasión por la moda estuvo escoltada por una seguridad casi envidiable a la hora de elegir qué vestir. Una dupla  que  se mantuvo intacta hasta que cumplí los famosos cuarenta años.
De repente, como si un hechizo se hubiera apoderado de mi aplomo decisorio, comencé a dudar de cada prenda que me ponía. La incertidumbre se instalaba todas las mañanas en el espejo: que si lo que estaba eligiendo era muy de vieja, o si estaba por vestirme como una adolescente; en todos los casos me paralizaba el temor al ridículo

Aquella mañana de otoño, frente a la vidriera de Isabel La Católica, el debate interno me jugó la pulseada acostumbrada,  pero mi pasión fashion se impuso. Con férrea decisión entré a preguntar por el enterito de la vidriera y comencé a escalar los dos pisos del local dark, siguiendo a una vendedora igualmente dark - campera de cuero negro con tachas plateadas,  tez  transparentemente blanca, ojeras profundas, puntas de pelos negras y afiladas. Una joven  muerta recién resucitada.

Disimulando la falta de aire producto de la escalada y fingiendo la mejor naturalidad que pude, oteé el primer piso, o “Tatoo Floor”. Sillones tipo dentista, agujas de todo calibre y dos artesanos listos para tatuar a sus próximas víctimas. La música estridente me ayudó a silenciar mi respiración agitada.

 -  Pasá por acá, bombona y probáte tranquila, este mono tiene una onda que no puede ser,   aulló excitada  Morticia Adams mientras descorría la cortina de terciopelo borgoña y pesada del vestidor.

El momento de la verdad cayó como un rayo en el cúbiculo de 0.70 x 0,70. Enfundada en el mono de jean, el pensamiento de “será apropiado para mi edad”  me picaneó una y otra vez sin piedad.
Un  duelo de muerte o vida se jugó como en un Juicio Final privado, hasta que mi ADN fashion barrió con todos los prejuicios.

-          ¡Lo llevó!, exclamé triunfal con el enterito entre mis brazos, mientras la vendedora que ya había perdido todo interés, se enrulaba el pelo y mascaba sonora un chicle rosachicle.


No resultó tan caro, para lo que es: pantalón y camisa juntos, son dos prendas en una. Me debo haber ahorrado unos cuantos pesos, amén de lo que lo voy a usar. Lo voy a gastar, me va con todo -  celebré internamente mi adquisición y salí a la calle con aire autosuficiente de compradora frecuente.

La bolsa de papel madera al hombro, ostentando un enorme “Lee” en letras retro. Nada más cool. Entre la arboleda de la calle Rodríguez Peña, el sol de media mañana dibujaba arabescos en las veredas de una ciudad que se rendía a mis pies. ¡Cuánto diseño, cuánta belleza, cuánta vida!  ¡Salud a mi  eterna juventud!

Feliz y sintiéndome divina, dispuesta a continuar con los trámites cotidianos, me dirigí al banco. ¿La fila?  Razonable, seis o siete  personas. Tras la ventanilla un empleado de cara pecosa, ojitos claros, pelo corto, crespo y muy engominado. Tendría unos veintipico largos.

-          Señora, permítame su tarjeta de débito y luego, cuando yo le indique, tenga a bien digitar su clave personal.

Pero borrego insolente, ¿quién te pensás que soy? ¿No ves que me acabo de comprar un mono de jean  re adolescente? ¿Cómo se te ocurre tratarme de usted?


-          Muchas gracias, quiero pagar el impuesto de Monotributo y el servicio de internet – contesté civilizada, controlando mi efervescencia interior.

El día de pagar tributos al mono, pensé.  La confusión de este muchacho radica en que el pago del Monotributo implica  una distancia generacional que remite a un camino laboral consolidado y establece parámetros propios del ser profesional y eso, inevitablemente, instala una brecha importante entre él y yo.  Otra sería la historia si hubiera venido con el mono de jean a pagar mi monotributo..

-          Bianchi. ¿Usted es algo del técnico de fútbol Carlos Bianchi, Señora? – el joven insistía con el “usted” y con el “señora”, sus ojos claritos sobre el marco de los anteojos esperaban entusiasmados.

Nos miramos un buen rato. Respiré hondo, y decidí que el momento de la verdad había llegado: en vistas de que era imposible disimular mis cuatro sotas, lo mejor sería jugar la  última carta.
Entonces le respondí pausadamente que no, que nada tenía que ver con el famoso DT, si bien a mis hijos bien les hubiera gustado alardear el parentesco.
Pausa meditada, y en tono de “no lo vas a poder creer”  le comuniqué la edad de los chicos.

Como acabo de confesar, ese era el último as en mi manga que, estaba segura  que  motivaría al  bancario a esbozar un caballerosísimo “Tres hijos ya, y de esas edades, siendo usted tan joven “. En ese caso el usted no me habría molestado en lo más mínimo.

Bueno nada de eso ocurrió. El bancario pecoso me miró unos segundos y remató un

-          Ah claro, señora, les debe gustar mucho el fútbol a sus hijos

Mi media sonrisa fue la orden fulminante para que continuara sin más demoras con el trámite, porque nuestra conversación ya no tenía sentido.

Mal que me pese, luzco muy bien todos y cada uno de los años que tengo. Y por dentro volví a encrudecer.  
Mirá chiquito, la próxima vez que pise este banco roñoso voy a venir enfundada en mi overall “barra” mono de jean, que me queda increíble, y de usted vas a tratar a tu abuela, ¿me explico?

-          Señora, su ticket, y que tenga usted muy buenos días – interrumpió mi pensamiento iracundo el muchachito eficiente.

-          Bueno muchas gracias, que tengas unas Felices Pascuas, querido.


 ¿Querido, le dije querido? No, no puede ser, jamás uso el querido. Esa es mamá, ay Dios mío me estoy pareciendo a mi madre, ella que es tan gentil, tan gentil como una… ¡como, una señora mayor!

En cuestión de nanosegundos, mi cabeza revisó todos los ítems en los que me estoy pareciendo a mamá. Un inventario donde la confusión con los nombres de los chicos, la obsesión por el orden de los almohadones del sillón, el guardar los sweaters en bolsas de nylon se ubicaron en los primeros puestos.  Sentía que envejecía allí mismo a la vista de todos.

Paren las rotativas,  estas reflexiones espiraladas y sin sentido de la edad, de lo que puedo usar o no, del ridículo, del usted, de mi mamá ….  me van a enloquecer. ¡Me quiero bajar!


Y así fue, que depuse armas, la autoestima desmoronada como castillo de naipes,  belleza tan efímera y frágil. Me sentí diminuta y avergonzada, como recogiendo todas las cartas que volaban de un lado a otro.
Sin más miradas ni palabras, tomé la bolsa arrugada de papel madera, y  me escabullí entre un mar de clientes que anónimamente habían alargado la fila.

El día ya no estaba tan brillante. Sobre Callao rodaban nubes gordas y grises. Chaparrones aislados estaban anunciados para la tarde.

Llegué a casa desganada y arrojé el contenido de la bolsa sobre la cama, con la desconfianza de quien manipula material radioactivo.
Y estuvimos así, en silencio un buen rato.

-          Te achicas por cualquier cosa, no te das cuenta de que el empleado solo cumplía con su trabajo. No me vas a decir que por un cordial y cortés usted, me vas a abandonar para siempre en tu placard. – se animó a cortar el hielo el enterito, moviendo de un lado a otro su cuello vacío.

-          Qué se yo, Lee.  La cuaretona vestida de adolescente es patético,   era la primera vez que conversaba con una prenda de vestir, pero me pareció muy natural. Lo cierto es que se tiene tanta intimidad con la ropa que solo nos falta hablar con ella. Y por suerte, Lee estaba allí,  justo en el momento que yo necesitaba conversar.

-          Si pero hay cuarentonas y cuarentonas. Además la mujer de ahora no es como la de antes. La moda desconoce edades, no hay fronteras tan tajantes.  Te puedo decir que en el local,  en más de una oportunidad he visto a madres e hijas comprar ropa para compartir - me consolaba Lee ya incorporado y sentado junto a mí en la cama.

-          No sé, será que no tengo hijas mujeres, no tengo parámetros. Si fuera por los chicos,  yo debería estar de jogging y botines con tapones, ahí sí que sería una genia, facha total,   continué mi letanía mientras la imagen tragicómica de la tía Angélica se pegaba a mi retina.


Hace unos cuántos años ya, la mujer del hermano de papá, decidió renovar todo su vestuario, su vocabulario y hasta su nombre. De Angélica pasó a ser Angelique, y comenzó a desfilar colores estridentes y ropa ajustada al cuerpo, más a la moda que sus hijas adolescentes. Todo un papelón con patas y boca; porque escucharla hablar era bizarro, intercalaba palabras en un inglés primitivo, mientras jugaba con sus extensiones rubias platinadas. Una barbie atropellada por un tren. Esa era la imagen yo tenía de una mujer arrepentida del paso del tiempo.

-          Es un tema de actitud, “la vida es como te la tomás”, “impossible is nothing”,  no sé querés que te tire mas eslogans?  alardeó el enterito su familiaridad con las mejores marcas. Sin duda, él era una prenda de apellido.

Y con paciencia paternal, Lee profundizó sobre la importancia de la actitud en la vida, sobre el ser y sentirse protagonistas desde lo que uno es, sin más vueltas. Ser y dejar que los demás sean. Celebrando estiró sus mangas al cielorraso cuando hablaba sobre la diversidad, y la riqueza que cada uno puede aportar en esta vida.
Para rematar, cruzó su manga con mi brazo, y me regaló lo que llamó su secreto infalible.

-         El quit de la cuestión está en la sonrisa, no se ha inventado aún una vestimenta más perfecta que la sonrisa. Tan sencillo como eso. Te dijo más, nosotros la ropa, somos solamente capas, simples  envoltorios de algo maravilloso que son ustedes las personas.

Nos quedamos así, sentados a la vera de la cama y pensé en cuanto daría este enterito por poder sonreír. Hasta que, de repente, Lee trazó su plan de acción

- Es mañana o nunca, si no me lucís mañana, esto, que apenas empezó entre nosotros, se acaba. El momento es ahora, el mundo necesita a mi chica. ¿Comprendido?

Parecía un estratega arengando a sus tropas, firme y entusiasta. No le respondí, me sentí un tanto intimidada y no quise herir sus sentimientos.

Y mientras lo estiraba sobre la cama, Lee levantó su manga derecha y acarició mi mano. Sin duda me había comprado un enterito buen tipo.

Las lluvias anunciadas para la tarde, nos despertaron al día siguiente. El cielo estaba negro y enojado. Comenzar con una mañana húmeda, que depresión tan cotidiana en Buenos Aires.
Abrí el placard para vestirme con mi uniforme de lluvia,  ese pantalón viejo y gris al que no se le notan las salpicaduras de las baldosas flojas, acompañado por el sweater finito que no da calor bajo el impermeable.

Hamacándose en la percha de la derecha, Lee repetía con voz mediana “hoy o nunca más, hoy o nunca más, hoy o nunca más”.
Me quedé mirándolo, su ir y venir, su tono confidente y cálido. El mantra apocalíptico surtió efecto y sin pensarlo, me introduje en el enterito, tomé la cartera, el paraguas y salí sonriente a la calle acuosa.

Durante el día recibí un sinfín de miradas exploratorias y unos cuantos comentarios. Hubo unos algunos sinceros “te queda de diez este enterito” y muchos borrosos “te queda divino”.
Por primera vez, no me excusé en mis consabidos “Ay te parece, ¿no es muy de adolescente?” O el siempre vigente y mentiroso  “me salió tan barato que no me pude resistir”.
Solamente sonreí y agradecí. Lo cierto es que Lee estuvo en todo momento a mí lado, dándome palmaditas de aliento en la espalda cuando los halagos tenían sabor a puñalada y susurrando un “esa es mi chica” cuando el piropo era genuino.

Así transcurrió el día, y en ningún momento me sentí ridícula. Hasta pensé en mi tía Angélica, perdón Angelique, y me dieron ganas de tomar un café y charlar con ella.

Ni la lluvia, ni los charcos, ni las miradas dudosas me desalentaron. Serenamente segura, con energía enfocada en los temas y las personas necesarias. Una fuerza nueva me acompañaba. Las cosas en su lugar. Un día para recordar.

Ya desvestida esa noche,  tomé a  Lee de los hombros y sin decir nada, lo abracé bien fuerte. Que bueno es saber callar, porque puede oír su susurro diminuto.
“Es la actitud de una mujer lo que cuenta, y nunca pero nunca te olvides de tu mejor vestido”.
 Y le regalé mi mejor sonrisa y él su mejor abrazo.



Para todas las mujeres que conozco: no importa nuestra edad, ni la forma de nuestros cuerpos. Solo vale lo que somos, lo valiosa que es cada una para sí misma y para los demás.
Y la forma de expresar ese valor único es la sonrisa.
Con agradecimiento y sonriendo
Carolina Tocalli - 1 de mayo de 2010

Con edición el 18 de septiembre de 2011






jueves, 11 de agosto de 2011

¿Por qué Amarillo y después?


Amarillo alerta, una señal y … ¿después?
Después fue la luz verde, lanzarse, animarse, echar a rodar.

Desde que recuerdo tengo pasión por la palabra escrita, y un silencioso compromiso por enaltecerla y valorizarla.

Verónica fue el primer cuento que escribí, tenía 9 años. Paralelamente había montado un emprendimiento literario: alquilaba a mis compañeras de clase mis cuentos en formato de mini libros que diseñaba en hojas de carpeta. Escritora con editorial propia, el sueño de todo autor. 

Mi adolescencia y sus sombras me sumergieron  en la lectura y escribir quedó en un cajón.  Pero como  las pasiones son sabias y rebeldes, mis dedos en su adolecer hicieron su trabajo construyendo  diarios secretos, poesías y cuadernos, de los que hoy  quedan pocos testimonios y me hacen llorar cada vez que nos encontramos.

Pasaron los años y, un poco de repente y mucho esperado, llegó Amarillo y después, ese primer gran cuento compartido y premiado.   Como un estallido de  vida y de final abierto decidí jugarme en ese después

Así , compartiendo mi pasión por escribir, comencé a explorar una nueva manera de relacionarme..

Amarillo y después fue el punto de inflexión que me motivó a dar el volantazo y a acelerar confiada.   No hay mejor nombre para  bautizar  este blog, que busca ser  voz en mi compromiso por enaltecer la palabra escrita.

Darme a conocer y también conocer a otros.  Construir  puentes desde la palabra y transitarlos con otros.

Que ese otro seas vos, es para mí una bendición.

¿Mi propuesta? Que este espacio sea un verdadero camino de ida y vuelta, porque las letras compartidas viven y tus aportes las fortalecen.

Te invito a convertirte en las voces y los ecos de lo que aquí leas. ¡ Sos muy bienvenido a Amarillo y después !

Con  el abrazo que saben dar las palabras,

Carolina Tocalli
agosto 2011

viernes, 5 de agosto de 2011

Amarillo y Después


Todo está como siempre, amplio y tranquilo. Olor a pasto recién cortado, la brisa plateada de los  árboles.
Un relinchar potente y lejano. Ambiente de campo familiarmente embriagador.

Algo cambió. Ese cubo no estaba allí. Me acerco, es más alto que yo. Amarillo y hueco ¿qué habrá adentro?
Lo rodeo curioso y una escalera me invita, me obliga a  conocerlo. Subo, subo, subo.....
El cubo se agranda. No puedo llegar arriba. Toco el borde superior,  ya casi llego.

La brisa de campo se vuelve tormentosa. Gotas gruesas y violentas hacen barro del suelo y los árboles gritan desgarrados. Mis manos intentan aferrarse al cubo. La escalera me abandona para correr con el viento.
Y entonces golpeo, una y otra vez,  sin piedad ni descanso, contra el cubo. La lluvia nos cubre.  Al cubo y a mí. Todo se tiñe de amarillo. Soy parte del cubo.

-          Los sueños muchas veces nos dan indicios de la realidad. Vamos a dejar por hoy.

Roberto se incorporó de golpe y miró de frente a su psicólogo por primera vez en la sesión. “Vamos a dejar por hoy. Siempre tan oportuno” pensó sin animarse a solicitar la posibilidad de avanzar unos minutos más en los aparentes indicios de esa pesadilla recurrente.

-          Hasta el jueves que viene, Roberto.

Todo estaba como siempre. El portero lo saludó con un sutil movimiento de cabeza mientras sacaba la basura. Bocinas ahogadas reflejaban el cansancio de los conductores, peregrinos de los  últimos minutos que los separaban de sus hogares.

La ciudad, que oscurecía amplia y relajada, invitó a Roberto a caminar. Por milésima vez se cuestionó el hermetismo de su psicólogo.  Esa distancia implícita entre paciente y terapeuta que, a la larga, acerca.  En algunas oportunidades Roberto había experimentado que el aparente “no me involucro” del psicólogo le marcaba su propio camino, interno y personal.  Metió sus manos en los bolsillos y confió que esta vez no sería distinta a las demás.

El aire frío de la noche se agitó y las primeras gotas de la tormenta lo apuraron.  Abrió la  puerta de calle y comprobó que la noche se había colado en el edificio.
-          ¡No lo puedo creer, otra vez se cortó la luz! A escalar ocho pisos…-  resopló

Confiando en su memoria,  palpó las paredes del hall de entrada  hasta encontrar las escaleras y  encendedor en mano -  “para algo sirve fumar” -   empezó a subir, a subir, a subir......

La respiración de viejo fumador le forzó un descanso. Se apoyó en la puerta de los del tercero y sintió sus hombros húmedos.

-          ¡A quién carajo se le ocurre pintar de amarillo!

Malhumorado intentó quitarse la pintura de los hombros con palmadas enérgicas  sin logro alguno, contagiando una y otra vez sus manos de un vibrante color amarillo.  

“Cuánto faltará, Dios bendito…” se impacientó Roberto a tiempo que reanudaba la escalada. Intentó despejar su frente del  mechón de pelo molesto sin reparar en los rayones amarillos que iba logrando con cada movimiento de sus dedos.

“Lo único que falta es que no haya agua, y quedo pintado de pato hasta mañana”

La sombra titilante del ocho  metálico lo recibió con hospitalidad dudosa. Agradecido hasta la hipnosis por las curvas del número sobre la pared, Roberto tropezó con un bulto. Una caja cuadrada, chiquita, amarilla.  La tomó con una mano y la balanceó sobre su antebrazo pintado, mientras intentaba con variadas acrobacias abrir la puerta a la vez que sostenía el encendedor con la boca.

Algo cambió. Ese cubo no estaba allí.
Palabras conocidas retumbaron en Roberto y lo transportaron a la dimensión cálida y amenazante de ya vivido. 
Un sopor,  mezcla de ansiedad  y desconcierto, comenzó a hechizarlo.  Tenía la sensación de caminar la sutil cornisa que divide el pasado del presente y también del futuro.
La dimensión del más allá estaba al alcance de su mano.

Embriagado de omnipotencia, Roberto tomó conciencia de que abrir la caja podría ser la llave -  desenlace de sus sueños.

Colocó la cajita sobre la mesa del comedor, encendió una vela y se sentó encorvado, su nariz a centímetros del misterio amarillo.
Por unos minutos estudió la caja insignificante y poderosa a la vez. Tan fijamente la miró que hasta creyó que un halo dorado se formaba a su alrededor y unos destellos alargados cosquilleaban sus dedos suplicando que la abriera.

Roberto se refregó los ojos resecos buscando un alivio que llegó en forma de  humedad amarillentamente viscosa.
No reparó ni en la pintura que avanzaba sobre su cara ni en el retorno de la electricidad que había encendido de golpe todas las luces .

Abducido por la magia que exhalaba el  pequeño cubo, Roberto respiró hondo, quitó la tapa con su boca entreabierta y lista para absorber el  potencial encanto a liberar.

Una brisa inexplicable descorrió el pelo rebelde de su frente y le permitió encontrarse con el único inquilino de la inmensidad de la cajita:  un papel prolijamente doblado.  Con la timidez que infunde el temor, los dedos amarillos de Roberto lo desenvolvieron con pausadamente,  mientras sus ojos descreían una y otra vez  las palabras que leían:  Vamos a dejar por hoy.

Carolina Tocalli

18 de febrero de 1999
Editado agosto de 2011