Celeste patrio, el cielo de Buenos
Aires que más me gusta. Vivo, traslúcido, libre.
Respiro la única bocanada aire
fresco de esta esquina de mi barrio por donde pasan más de seis líneas de
colectivos. Hay momentos del día que ocupan el largo de la cuadra y sus bocinazos llenan todo el espacio.
Pero eso hoy no ocurre, al menos yo
no me doy cuenta de los ruidos del tráfico, ni de los peatones nerviosos, ni
del tiempo escurridizo que amenaza con llevarnos a todos quien sabe adonde.
Mediodía sin reloj en la plaza, esta
plaza sin gracia que hoy está literalmente vestida de Bicentenario: una cinta
celeste y blanca abraza su cintura perimetral. Unos acordes delicados van
construyendo la emoción colectiva. Expectantes,
los vecinos nos miramos con cortesía, sonriendo con la ansiedad contenida de quien
sabe que una sorpresa está por comenzar.
Una sensación extraña y agradable me
anima a observar las cosas de todos los días desde otra perspectiva. La
perspectiva de ciudadana de fiesta, tan desconocida para mí.
Cierro los ojos respiro hondo y me
dejo llevar por las marchas patrias que interpreta la banda de la policía federal. Músicos azules y dorados, que con inusual
destreza extraen los mejores acordes de sus instrumentos. Me inspiran confianza
y seguridad, hoy no son la maldita policía de siempre.
Me traslado hacia el centro de la
plaza y sobrevuelo cientos de cabecitas soñadoras y ojitos despiertos. Son los
alumnos de las tres escuelas del barrio: la estatal, la parroquial y la privada. Distantes
tan solo una cuadra entre ellas, ésta es
la primera vez que las escuelas se juntan para celebrar un acto patrio. El
delantal blanco conviviendo con el uniforme, y el hijo del encargado
intercambiando figuritas del Mundial con el hijo del empresario. Hoy son todos
equitativamente alumnos argentinos.
El maestro de ceremonia nombra a
cada abanderado y se desata una lluvia de gritos alentadores del resto del
alumnado. Hoy no hay chupamedias, ni tragas ni nerds. Los chicos que acompañan la bandera argentina representan
con honor a cada uno de sus compañeros.
La música me lleva un poco más lejos
y encuentro a un puñado de docentes y directores. De pie, solemnes y orgullosos,
escarapela en el corazón, la garganta apretada de emoción. Tantas veces habrán
enseñado los sucesos de Mayo y aquí se encuentran celebrando los 200 años de
ese, nuestro primer gobierno patrio.
Hoy no hay paro docente, ni
licencias ni suplencias, son todos maestros de férrea vocación y convicción.
El párroco entrecierra los ojos en
ese medio camino entre la contemplación y la adoración. Las
manos entrelazadas sobre su pecho es una de las figuras centrales en esta plaza.
Nos bendice, reza el Padrenuestro y agradece a Dios el país que nos ha dado. Riquezas
naturales, climas benignos, tierras fértiles, pueblo pacífico, el Señor no
escatimó al pensarnos.
Con cariñosa firmeza el sacerdote
nos invita a comprometernos en la construcción de nuestra Argentina, la que
soñamos, la que queremos vivir, la que anhelamos para nuestros hijos. Es un
hombre de Dios que nos lleva a Dios. Atrás, al menos por hoy, no hay
comentarios sobre la situación de la Iglesia y ni sobre los curas abusadores.
Entonamos el Himno Nacional, rezamos
la Oración de la Patria, todos los chicos cantan “Mayo en Buenos Aires” mientras los adultos, hombro contra hombro como
viejos conocidos, compartimos la letra y tímidamente acompañamos algunas de sus
estrofas.
Seis alumnos de los tres séptimo
grados son llamados para plantar dos ginkgo biloba. Nos cuentan que se trata de
una especie botánica ancestral que, a pesar de que en este momento no podemos
admirar sus hojas, el proceso de crecimiento es interno y que llegan a ser
árboles de gran altura y belleza.
Mientras pienso esperanzada que estos ginkgos son una alegoría de nuestro
país, escucho el nombre de mi hijo mayor como uno de los alumnos elegidos para
plantarlo. Las lágrimas que venía conteniendo se rebelan, el futuro me regala
su guiño cómplice.
Solo por hoy todo es diferente, mayo
oxigena nuestra alma. Es que los cumpleaños redondos tienen esa magia única que
nos hace reflexionar y sacar balances. Sin
lugar a dudas, el bicentenario ha duplicado la magia. Hablamos de
mirarnos a los ojos y trabajar juntos en la Argentina que queremos, escuchamos frases
como “para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”, y
caminamos por la ciudad como arropados por las banderas de los balcones y las
escarapelas de cada solapa.
Que este sea el tiempo de barajar y
dar de nuevo. Como los fue para aquellos hombres y mujeres de Mayo que, con sus
diferencias y discordancias, pudieron mirarse a los ojos y confiar en que no
había nadie mejor que otro criollo como ellos para pensar juntos en una idea de
país.
En este momento, en esta plaza y con
este pequeño acto ciudadano, ese mirarse para construir juntos está ocurriendo.
Cada uno de los presentes con su vida y todos con una vida en común: la de habitar
en el mismo suelo, bajo una misma nación, cubiertos por esta bandera y compartiendo una historia de 200 años.
Vuelvo a mirar el cielo patrio, y
tengo ganas de gritar por todo lo que no tenemos: justicia, seguridad, inclusión,
paz, estabilidad, compromiso, equidad, oportunidades, respeto, paciencia,
tolerancia.
Palabras trilladas, ultrajadas y
vaciadas de contenido una y otra vez.
Yo las necesito a todas para
trabajar por un futuro diferente. Tomando como muestra este pequeño acto
ciudadano, quiero una Argentina donde la policía sea amable y protectora, la
educación equitativa, los espacios públicos puedan compartirse, donde reine la confianza
entre los vecinos.
“Miren
ya se asoma, ya dispara su fulgor, nos da de su aroma, nos deshace del dolor.
Si la causa en buena y no hay que dejarla escapar” las vocecitas llenas de porvenir me convencen
que la causa es buena, que vamos a poder tener y tenemos que poder forjar un
país de todos y para todos.
“Hoy
que todo va a cambiar hoy hay que hacer algo, Mayo en Buenos Aires mete ganas
de gritar, que viva la Patria que viva la Libertad”.
El señor con el que comparto la
letra de esta canción me sonríe, yo le devuelvo la sonrisa mientras se sueltan
un montón de globos con cintas azules y blancas que se pierden en el cielo de
Buenos Aires que tanto me gusta.
Mayo
2010 – Feliz Bicentenario Argentina, Feliz Bicentenario a todos los argentinos
Carolina Tocalli - mayo 2010
Carolina Tocalli - mayo 2010
Que lindo ramillete de sentimientos tan conocidos!!! Barajar y dar de nuevo, soñar con algo mejor y luchar para eso.
ResponderEliminarLindísimo cuento.
Jose