jueves, 17 de enero de 2013

Miramar City - pertencer tiene sus privilegios.


Miramar:  To be or not to be?

Los acantilados caen irreverentes en el Atlántico azul cobalto….. ¿azul cobalto?  nunca vi un cobalto, pero lo  imagino intenso, leal, romántico.
Los árboles esculpidos por el viento, se recuestan cansinos sobre los pastizales arenosos. Zigzagueante la ruta lleva y trae algunos pocos visitantes a este árido paraíso. 

Observo las casitas aisladas en el horizonte, una, dos, tres, por allá otra más. Simplemente saludan al sol que se retira a sus espaldas. La noche avanza sobre el este y promete teñirlo todo con su espesa manta de sueño.

- Siempre se pensó que Miramar iba a crecer para este lado, pero se fue construyendo hacia el sur – me vuelve al aquí y ahora la  información de mi marido,  - contra toda lógica y es una lástima porque esta zona es mucho más linda no?

- Todo es ilógico en Miramar – sentencio suavemente, segura de no haber herido ninguna sensibilidad porque Jóse se sonríe mientras sus cejas asienten. 

No quiero lastimar con mis palabras, porque los amores de la infancia son amores de una fidelidad profunda, a prueba de balas. Y lo que menos quiero es que mis opiniones califiquen de artillería pesada. 

De un tiempo a esta parte estoy reflexionando sobre el fanatismo, y creo que la gente que habla desde su púlpito orgullosamente autofabricado, comentando a diestra y siniestra el comportamiento de otros, es fanática. 
Fanática al intentar dominar con su pensar e insegura por lo mismo, esa necesidad de imponer su razón.
Escuché hace tiempo un calificativo muy simpático para este tipo de fanatismo social moderado: licenciados en Todología, dícese de aquellas personas que parecen  caminar a metro del piso merced a una superioridad autoproclamada.

Me fui por las ramas. Es que quería explicar que si bien, muchas veces soy un tanto apasionada en mis comentarios – arista a pulir en mí – no tengo intención alguna en lastimar a mi familia por mis pareceres y des-pareceres de esta su icónica ciudad balnearia. 
Y mientras sigo sumergida en mis embates metafísicos,  aparece ella, Miramar, a lo lejos recortada sobre este atardecer brumoso de ensueños. Parece linda, pero no lo es. Objetivamente no lo es. 

Nos acercamos con excitación creciente que se convierte en gritos de júbilo al cruzar el Arco del Triunfo General San Martín, una construccioncita con ínfulas de aires medievales para esta ciudad-pueblo apenas centenaria. Ciudad con aire de pueblo, valor indiscutido de este lugar. 

El atardecer ha comenzado hace apenas unos minutos pero el sol se despidió de las playas tres horas atrás: los edificios de la costa le dan una sombra fría a los balnearios del centro desde las cinco y media de la tarde. 
Alguna cabeza brillante vislumbró el negocio de la construcción con vista al mar, y sin importarle que generaciones de turistas  ahorraran - y ahorrarán -  cada año sus sueldos para disfrutar de unas cortas y sombreadas vacaciones.

Censuro mis pensamientos de justicia social cuando veo a una familia tipo regresar con inocultable felicidad de su día de playa, eso sí, los cuatro bien abrigados con buzos y pantalones de polar.

Una diagonal incorruptiblemente recta acorta el viaje y nos deja a tan solo dos cuadras de nuestro destino. Las diagonales miramarenses son generosas si las sabés usar, yo de a poco las voy conociendo y aprovechando.
Siempre nos hace mucha gracia porque Jóse, mi marido, que nació sin sentido de la orientación, es un erudito en el trazado urbano de esta ciudad. Y eso me llena de ternura. Lo imagino de 11 años, con su pelo oscuro espeso, sus ojazos verdes y sus pecas henchidas por el sol, rodando en bicicleta por cada diagonal y calle numerada (la creatividad estuvo ausente a la hora de bautizar las calles de Miramar). Un niño libre y feliz aunque su infancia no lo fuera tanto, recorriendo seguro su lugar en el mundo. Esta ciudad feucha me da la oportunidad de imaginar a Jóse de chico. Gracias por esto, Miramar.

Llegamos a la casa, aguamarina pastel furiosa, tan ilógica como la ciudad en la que se implanta.

- No te olvides de ese fierro negro que está en la mitad de la entrada de la cochera – advierto mientras recuerdo aquel verano en que, marcha atrás tajé la cubierta del auto, y hasta veo claramente mi propia imagen embarazada de 6 meses en una gomería lejana, mientras vigilaba su costosa reparación.

- El vidrio de la ventana sigue roto – observa uno de los chicos apenas entra a la casa.

Mentalmente agrego: los portalámparas siguen colgando de todos los cielos rasos, el agujero en nuestro cuarto se ha agrandado, las persianas se traban cada vez que las subimos, los colchones parecen finísimas fetas de fiambre ….. 

Todo sigue igual que hace 6 años cuando alquilamos por primera vez esta casa. Lo que también sigue igual es la sonrisa bonachona de su dueña, que nos recibe con tanta amabilidad que me hacen olvidar por un rato las incomodidades de su hogar. Orgullosa nos presenta el aparador de algarrobo que divide la cocina, su gran adquisición del año. Contemplo el  mueble de enormes dimensiones, y mientras lo acaricio su madera parece contarme cada sacrificio de sus dueños para poder comprarlo.

- ¡Qué lindo y práctico es, te felicito Susana, lo vamos a cuidar mucho! – prometo con total sinceridad.

Con igual sinceridad, mientras deshago las valijas, pienso en tantas familias conocidas que, como nosotros, vivimos durante el año con mayores comodidades: camas mullidas, casas modernamente decoradas, sillones cómodos, cocinas equipadas con los últimos electrodomésticos. Y no logro descifrar porque eligen – perdón elegimos – pasar nuestras vacaciones, los días más esperados del año, en casas incompletas, inseguras e incómodas.  

- Todas las casas de Miramar son así, - adivina mis pensamientos Jóse mientras guarda todos los adornos y adornitos, floreros y floreritos en una caja, que depositará en el garage por los próximos 15 días -  Dale apuremos un poco así aprovechamos el día que esta bárbaro.

Como cada año los chicos insisten que el primer baño de mar sea en familia, y como cada año también, festejo su idea porque el calor es insoportable. Así es que dejamos nuestros bolsos en la carpa, semejante a un horno de barro encendido,  y emprendemos los 100 metros llanos hacia la orilla a los saltos y exabruptos por la arena hirviente. 

Al meter el primer pie en el agua, mi sensación térmica cae a menos 3 grados y siento que me convierto en una estatua de hielo. La repentina mudanza del océano antártico a estas costas,  imposibilita el ritual del baño familiar. 

- Todo lo viejos que quieran, hijos, pero a tu padre y mí nos va a dar un paro cardíaco si nos metemos – declaro ya de espaldas mientras vienen a mi mente los cientos de bañistas sexagenarios que cada diciembre se lanzan en Hamburgo al mar helado para festejar un año más de vida. ¡Manga de alemanes locos!

En la costa el viento es frío y fuerte. Subo a protegerme dentro del perímetro que forman las hileras de carpas. Ese rectángulo de arena llamado patio donde todas las carpas convergen en vecindad. El patio está surcado de oeste a este por un pasillo desmontable de madera y unos cestos que al final del día rebalsan de basura, es que el  promedio de ocupantes por carpa es de 4 personas. 

Cálculo a vuelo de  pájaro: 4 personas por carpa, 20 carpas ocupadas por patio estaríamos hablando de un total de 80 vecinos por patio. 
Si el día es cálido y sin viento, los co-patieros se encuentran atomizados en un amplio rango que va desde las escalinatas del balneario a la orilla - hasta dentro del mar, y Dios mediante templando las aguas. 

El desafío se presenta cuando el día es, es, es… miramarense, vale decir “frío pero ventoso” como dice Jóse. En este caso, todos los inquilinos de carpas debemos compartir el patio común. Allí empieza un verdadero rompecabezas de humanidades: cuerpos semidesnudos que acomodan sus sillas y reposeras intentando esquivar las sombras, los pies del vecino, los  tachos de basura y el pasillo de madera, al mismo tiempo que buscan con desesperación ese rayo de sol que los ayude a salvar el día de playa.

Las próximas 3 a 5 horas las pasaremos sentados dormitando por momentos, conversando con los amigos y lidiando para que la atención no se nos escape insolente a las conversaciones paralelas que transcurren a nuestras espaldas.

Cada tanto se acercará alguno de nuestros hijos, desabrigados, con mocos y pidiendo algo para comer.

- Abrigáte por favor, ponéte la remera de manga larga, el polar y el buzo y no vuelvas a la orilla, ¿me entendiste? 
¿Cómo que tenés hambre? Pero si comiste hace un rato. No puede ser. Bueno con cuidado, andá a la heladerita y come el mediosandwich que dejó tu hermano…. ¡Ah no! Con esas manos llenas de arena no toques nada. Lavátelas y volvé. Abrigate por favor. ¿Qué parte de abrígate no entendés?


Cada año me pregunto lo mismo: cuál será la magia de este lugar. Cuál será la alquimia que convierte la incomodidad de las casas, la superpoblación de los balnearios y el gélido mar en vacaciones entrañablemente inolvidables.   

Y cada año me encuentro ante la misma imposibilidad de encontrar una respuesta. Aunque esta vez, escribir me ha ayudado a vislumbrar una pequeña luz sobre este enigma desconcertante. Enigma que nada tiene que ver con el  bosque energético de Miramar ni las meditaciones trascendentales que allí acontecen. 

Creo tener la punta del ovillo, una pista que hasta me permitirá formular y compartir la siguiente hipótesis: la magia miramarense actúa solamente en quienes han venido de niños. Aunque pensándolo bien, si hablamos de magia algo de movimiento de energía debe haber, entonces el bosque energético debe estar involucrado en todo esto.

Bueno, a ver, no cuento con tantas precisiones lo cierto que casi con seguridad estamos ante un fenómeno que afecta exclusivamente a quienes vacacionaron de pequeños en esta ciudad. Una suerte de privilegio, de programa de fidelización que ofrece Miramar “a vos que me bancas desde siempre”.

Pertenecer tiene sus privilegios. Y es en esa temprana edad cuando el frío del mar, el viento constante y las aglomeraciones no se sienten, no existen, no ha lugar. 
Cuando de chico disfrutaste de su indiscutida libertad y seguridad, Miramar te cautiva y se asegura tu pertenencia y acérrima militancia de por vida.

Un hechizo que no viviré, una lástima saber que a mí no me va a alcanzar. A la luz de esta hipótesis puedo comprender el cariño de tanta gente por Miramar. Generaciones de argentinos que sueñan con venir cada año y en un futuro traer a sus hijos y a los hijos de sus hijos. 
Hijos de hijos, generaciones que vendrán a Miramar y vivirán incomodas y frías vacaciones que percibirán como cálidas, seguras y libres vacaciones. 

Y sigo pensando, ¿qué importa que objetivamente el entorno sea ventoso, poco cómodo  y fresco, cuando por dentro la sensación es de absoluto confort y belleza? ¿No es eso lo que verdaderamente cuenta? 
Conjunción de la teoría de la relatividad y misterio del más allá. 

Pero como vivimos en el más acá, el desafío es todo mío. Cómo lograré sentir calor cuando sopla viento sur, cómo encontraré el descanso en medio del bullicio de charlas eternas, cómo podré  disfrutar de un prolongado baño el mar sin perder el aliento...¿Podré?

Ser o no ser de Miramar.... he ahí la cuestión.
Mientras el Atlántico inmenso absorbe mi mirada, pido a Stella Maris, patrona de los navegantes y de tormentas briosas, que me ayude a pertenecer.



Carolina Tocalli
Enero 2010.

2 comentarios:

  1. Caro, ¡cuánta verdad en todas tus palabras. ! Pertenezco a ese grupo de los que vacacionaron de pequeños como vos decís, y no dejo de ir ningún verano, aunque sea un fin de semana. Si no lo pudiera hacer, no podría transitar el año...
    Miramar tiene magia, recuerdos imborrables, veranos en los cuales " eramos grandes" porque nuestros papás nos dejaban hacer " salidas" solos. (ir a la vuelta al mundo, al trencito ! entre otros)
    Miramar para mí es sinónimo de amistad, con todo lo que implica la palabra ! Un beso
    Ma. Laura. ( o Marita)

    ResponderEliminar
  2. Caro, es tal cual!!! Yo no veranee de chica, sí de adolescente. Hace 2 años que vamos, mi marido me convenció porque yo me negaba. Miramar es la gente, los amigos, es ver los chicos felices!! Besos y gracias!!

    ResponderEliminar